17 abr 2014

El azúcar de MATILDA

               Escribiendo el otro día sobre recuerdos de la infancia, no pude evitar recordar también la que fuera por aquella época mi película favorita: Matilda. Altamente recomendable para todo pequeño y gran niño que no la haya visto todavía, esta película nos muestra el momento en que Matilda, una jovencita de tan sólo seis años, descubre que posee poderes telequinéticos. Tras haber vivido en el seno de una familia que no la respeta ni comprende y haber asistido a un colegio regido por una malvada directora, Matilda utilizará sus poderes para vengarse de aquellos que más daño le han hecho. Incontables son ya los momentos en que he soñado tener las habilidades y el ingenio de Matilda, y por consiguiente no podía faltar aquí una mención a la misma.
               Aunque he de reconocer que parece cogida con pinzas en un blog sobre el azúcar, procederé a intentar demostrar a continuación la relación que pueden tener los dulces con casi cualquier cosa. Hace poco elaboramos a modo de trabajo académico un análisis de la arquitectura y los decorados en una producción cinematográfica. ¿Por qué no analizar pues también los momentos más golosos de algunas de las películas más dulces de la historia del cine?

                Y es que, si nos paramos a pensarlo, son muchas las escenas que requieren de dulces y pasteles en esta película; contentos estarían los estómagos del reparto y el equipo. Pero existe una que costará de borrar sin duda de la memoria de todo aquel que la haya visto. Me estoy refiriendo al momento en que Bruce Bogtrotter, uno de los compañeros del cole de Matilda, es castigado por haber comido un pedazo de pastel que no le pertenecía. El pobre es obligado a ingerir un enorme -¡colosal!- pastel de chocolate al completo, que incluso a mí me hubiera costado esfuerzo comer de una sentada. Es una escena, dulce sí, pero quizás también un poco angustiosa.
               No lo es tanto el momento en el que Matilda descubre el control que posee sobre sus poderes. Sentada frente a un tazón de desayuno vacío y sin mover siquiera las manos de debajo de la mesa, es capaz de servirse los cereales, mover el brik de leche y hacer levitar la cuchara cargada hasta su boca. ¡Con tantas facilidades para comer a alguno nos iba a costar después levantarnos de la mesa!
               Y es que Matilda es, además de inteligente y encantadora, también muy golosa, como bien lo demuestra su cara frente a esta deliciosa tartaleta. Un postre que ha llegado ni más ni menos que volando hasta su plato a consecuencia de un desternillante accidente que sufren sus padres en medio de un abarrotado restaurante. No nos podemos ni imaginar lo que disfrutarían y se reirían rodando esta escena. Si queréis haceros una idea y descubrir más sobre los efectos especiales de Matilda, haced click en el siguiente enlace.
               ¿No os parecen apetitosos estos bombones? Son los que la señorita Trunchbull, la malvada directora, guarda recelosa en su casa y que prohíbe comer a los niños. En la película podemos ver y escuchar como ella misma los saborea ruidosa y repulsivamente en la soledad de su gran mansión. Con la nocturna incursión de Matilda en dicha mansión y el uso no poco ingenioso de sus poderes, la joven conseguirá devolver por lo menos un par de ellos a su verdadera dueña.
               La señorita Honey, como bien indica su nombre, no es más que una muestra de dulzura personificada y la responsable de hacer algo más esperanzadora esta historia. Y es que la dulzura y la esperanza son indispensables en películas infantiles como ésta, pero también en comedias, romances e incluso dramas o musicales. Las escenas con dulces, golosinas y pasteles son pues, además de muy comunes, necesarias e imprescindibles. Espero pues poder demostrarlo en alguna que otra entrada más sobre producciones cinematográficas tan entrañables como ésta.