25 sept 2015

CORTO Y CON AZÚCAR, POR FAVOR


Es increíble el poder que tienen las pequeñas cosas. Una mirada, una sonrisa. Un beso.
A Matías le bastaba con escuchar su voz aterciopelada cada mañana para sobrevivir un día más. Por eso, se apresuraba en su hora del almuerzo; corría y sudaba tres manzanas hasta llegar al bar de Eva. Se miraba de reojo en algún escaparate sin poder parar a peinarse, aun sabiendo que su aspecto dejaba mucho que desear. Se sentaba en el taburete que estuviera más cerca de ella y se limitaba a esperar el breve contacto e insignificante diálogo del cliente habitual.

-          Corto y con azúcar, por favor.

Ella solía responderle con un guiño y su corazón, henchido de felicidad, palpitaba con armoniosa taquicardia.
Hoy la encontró, sin embargo, algo inquieta. Su mirada iba y venía de la barra a la puerta del local, sin apenas poder concentrarse en los cafés y desayunos. Y pronto supo por qué.
Atravesó el umbral un joven uniformado. Alto, rubio y de ojos azules. Casi habría asegurado que no era español. Pero llamó la atención de Eva con un tierno saludo, que a ella le bastó para ponerse, si cabe, más nerviosa. Se abalanzó sobre él para abrazarle.
Es increíble el poder de las pequeñas cosas: una mirada esquiva, una sonrisa de espaldas, un beso en boca ajena.
¡Qué idiota había sido! ¿Cómo pudo haberse atrevido siquiera a soñar con ella? Él no era ni mucho menos digno de su amor ni de su tiempo. Miró a la pareja aún sumida en un silencioso abrazo y su dulzura le enterneció. Advirtió que su amor era más que evidente, y que juntos formaban una unión estética y poéticamente ideal ¡casi mística!
Se alegró por ella. Por los dos. Y sonrió al tiempo que contenía una lágrima naciente.

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