Sonó el
despertador y comenzó un nuevo día. La quinta alarma de su reloj de mesilla
consiguió despertarle y darle la bienvenida a una mañana de nuevo soleada. O
eso dedujo por los destellos de luz que se filtraban a través de las rendijas
de la persiana a medio bajar. Otra vez su dolor de cabeza perduraba desde la
noche anterior. No importaban cuántas horas de descanso, siempre persistía.
Se armó de
valor y consiguió sacar una pierna de debajo de las sábanas. Cuando por fin
consiguió sentarse al filo de la cama, buscó a tientas sus zapatillas. Una
rápida tentación casi le empuja de nuevo contra el colchón. No. Debía
mantenerse firme. A medio camino del baño decidió que había llegado el momento
de abrir los ojos. De nuevo había vuelto a dejarse las luces encendidas. ¿Cómo
podía ser tan despistado?
Se miró al
espejo y lamentó no haberse levantado antes para haber tenido tiempo de
afeitarse. Ya era tarde. Aun así, se quedó unos minutos frente al espejo
tratando de reconocerse. Apenas identificaba al hombre que le devolvía la
mirada con ojos hinchados y legañosos. Tenía ya cerca de los 30. Era mayor como
para ser tan descuidado, y demasiado joven para estar tan abatido. La
melancolía comenzó a inundar su sentimiento. Como cada mañana sólo le hacía
falta una ducha para enfrentarse a la rutina.
Pasó frente
a la puerta entreabierta de la cocina queriendo eludir el caos que en ella
reinaba. Le daba asco pensar siquiera en el desayuno. Siempre salía de casa sin
desayunar. Un café a media mañana le bastaba para aguantar hasta las 3 de la
tarde. Además, siempre había creído que el desayuno inmediatamente después al
despertar le catapultaba demasiado repentinamente a la realidad. Él prefería
deleitarse en los sabores de su último sueño nocturno.
En aquella
ocasión, sin embargo, apostó por una infusión. Tuvo suficiente energía como para poner agua a hervir y echó unas hojas dentro. Abrió un armario, cogió un vaso no demasiado limpio y lo llenó de agua verdosa todavía caliente. Se lo bebió sin respirar y cerró los ojos. A pesar del escozor del quemazón, fue capaz de notar la
acidez cítrica corriendo garganta abajo. Cualquier cosa que le deparara el
nuevo día sin duda tendría mejor sabor que aquello. Aunque esperaba no tener que probar mucho más...