20 ago 2015

BUEN SABOR DE BOCA

            Sonó el despertador y comenzó un nuevo día. La quinta alarma de su reloj de mesilla consiguió despertarle y darle la bienvenida a una mañana de nuevo soleada. O eso dedujo por los destellos de luz que se filtraban a través de las rendijas de la persiana a medio bajar. Otra vez su dolor de cabeza perduraba desde la noche anterior. No importaban cuántas horas de descanso, siempre persistía.         
            Se armó de valor y consiguió sacar una pierna de debajo de las sábanas. Cuando por fin consiguió sentarse al filo de la cama, buscó a tientas sus zapatillas. Una rápida tentación casi le empuja de nuevo contra el colchón. No. Debía mantenerse firme. A medio camino del baño decidió que había llegado el momento de abrir los ojos. De nuevo había vuelto a dejarse las luces encendidas. ¿Cómo podía ser tan despistado?
            Se miró al espejo y lamentó no haberse levantado antes para haber tenido tiempo de afeitarse. Ya era tarde. Aun así, se quedó unos minutos frente al espejo tratando de reconocerse. Apenas identificaba al hombre que le devolvía la mirada con ojos hinchados y legañosos. Tenía ya cerca de los 30. Era mayor como para ser tan descuidado, y demasiado joven para estar tan abatido. La melancolía comenzó a inundar su sentimiento. Como cada mañana sólo le hacía falta una ducha para enfrentarse a la rutina.
            Pasó frente a la puerta entreabierta de la cocina queriendo eludir el caos que en ella reinaba. Le daba asco pensar siquiera en el desayuno. Siempre salía de casa sin desayunar. Un café a media mañana le bastaba para aguantar hasta las 3 de la tarde. Además, siempre había creído que el desayuno inmediatamente después al despertar le catapultaba demasiado repentinamente a la realidad. Él prefería deleitarse en los sabores de su último sueño nocturno.
            En aquella ocasión, sin embargo, apostó por una infusión. Tuvo suficiente energía como para poner agua a hervir y echó unas hojas dentro. Abrió un armario, cogió un vaso no demasiado limpio y lo llenó de agua verdosa todavía caliente. Se lo bebió sin respirar y cerró los ojos. A pesar del escozor del quemazón, fue capaz de notar la acidez cítrica corriendo garganta abajo. Cualquier cosa que le deparara el nuevo día sin duda tendría mejor sabor que aquello. Aunque esperaba no tener que probar mucho más...

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