Puede que me gusten tanto los dulces porque me tienen
permanentemente atado a la infancia. Y es que muchos de los olores y sabores
que me devuelven tiempo atrás tienen, en efecto, matices acaramelados. Incluyo
hoy un pedazo de infancia más al hacer mención, aunque me avergüence, a algo en
apariencia tan ñoño y cursi como los sobres de papel perfumado.
El que no sepa de qué hablo me tome posiblemente por
mentiroso, pero doy fe de la existencia de los mismos. Por lo menos en aquellos
felices 90. Y tengo pruebas: aún conservo algunos de los sobres de entonces,
aunque por desgracia su fragancia haya ido desapareciendo con los años. Junto
con los sobres, vendían también papel reglado en tonos pastel que solían
utilizar en el patio las niñas del colegio para escribir cartas de amor a sus
platónicos. También perfumados y decorados con motivos tan extremadamente
azucarados como su propio aroma. ¡Me encantaban! Aunque evidentemente nunca
osé, por vergüenza, aventurarme a comprar ninguno.
¿De dónde han salido, por tanto, los que hoy conservo?
Pues es que guardo, como es natural, los sobres que mis
admiradoras secretas depositaban a miles en mi taquilla del cole. De ahí que no
pueda mostrar las cuartillas que contenían y en las que aún pueden apreciarse
las letras redondeadas de aquellas niñas que, con los años, se decantaron por
fortuna por una opción más acertada.
XD
Ojalá fuera eso, y no que mis amigas me regalaran por pena
los sobres que a ellas les enviaban llenos.