Otro ejemplo de princesa esclavizada y apartada de su reino
y de su corte lo encontramos en “Blancanieves”. Objetivo del odio y la ira de
su envidiosa madrastra, Blancanieves se vio obligada a exiliarse al bosque
(parece ser que las brujas malvadas nunca miran ahí) al resguardo esta vez de
los siete enanitos. Sin embargo, estos hombrecillos no resultaron ser mucha
mejor compañía que las tres hadas buenas de “La Bella Durmiente”. ¿A qué se
debe la afición de Blancanieves de elaborar suculentos pasteles de manzana? ¿Y
por qué se atrevería a comprar fruta a una vendedora ambulante tan sospechosa?
Descubramos lo que se esconde detrás de este nuevo menú Disney.
Desde el día en que llegó al pequeño hogar de los enanitos,
Blancanieves no hizo otra cosa más que limpiar y cocinar, ni más ni menos que
para siete hombres que, aunque de pequeña estatura, eran capaces de comer y ensuciar
como los más fornidos. Y, por si fuera poco, tras ella iba todo el día una
multitud de animalillos del bosque en manada manchando donde ella limpiaba y llenándolo
todo de plumas y cagadas. Imaginémonos por un momento el polvo y el barro en
las botas de siete mineros que llegan a casa tras un largo día de trabajo, esperando
¡cómo no! encontrar la casa limpia y la cena preparada. Todo ello por cortesía
de una sirvienta trabajando de gorra sin más remuneración que el alojamiento en
un precario cobertizo de dimensiones escasas. Pero es que la pobre Blancanieves
no tenía otro remedio. Su alternativa era volver a un castillo donde su
desequilibrada madrastra pretendía arrancar su corazón para meterlo en un
cofre. Con este panorama, no me extrañaría que los enanitos tuvieran incluso
sometida a chantaje a Blancanieves; obligada a ser su esclava so pena de ser
delatada a la reina.
Pero llegó el día en que la joven decidió tomar cartas en el
asunto. Harta de los enanitos, Blancanieves quiso librarse de ellos con una
tarta de manzana envenenada que preparó minuciosamente ante la atónita mirada
de los animalillos. Orgullosa de su creación, se derrumbó probablemente en el
sofá a ver la tele, despreocupada ahora ya de las tareas domésticas que por
poco tiempo más iba a tener que llevar a cabo. Pero si su madrastra sufría de
envidia, el pecado de Blancanieves fue el de la gula, porque llegada la hora de
merendar se levantó a por algo que llevarse a la boca. Varias manzanas habían
sobrado de la elaboración del pastel y la despistada Blancanieves no pudo
resistir la tentación de dar un mordisco a una de ellas. Por esta princesa no
siento más que una gran pena y una profunda empatía. La pobre ansiaba
únicamente el momento de juntar las siete camitas y dormir cómodamente por una
sola noche.