17 mar 2015

MARRÓN CHOCOLATE

Cuando me dijo que tenía que marcharse, no pensé que lo haría para siempre. Me besó, y eso es un hecho. Y una señal. Algún significado tuvo que tener, lejos de un adiós. Pero no fueron sus labios tanto como su mirada. Tierna, cómplice, ni mucho menos tan esquiva como la mirada que esconde un misterio o una mentira. Y, sin embargo, no he vuelto a ver jamás sus ojos.
Su mirada marrón chocolate me inundó en aquella ocasión de placer, y su beso dejó en mi boca una dulzura que difícilmente olvidaré. No podré olvidar nunca aquel encuentro aunque se me antoje cada vez más lejano e irreal.
A veces me parece que podría poner más empeño en mi búsqueda. Otras, me canso de perseguir una presencia que intuyo prácticamente inalcanzable. Casi parece que el contacto de su piel, su calor y su ternura hubieran sido fruto de mi imaginación. Un oasis en una vida desértica sedienta de sueños y esperanzas.
Por eso, cada noche que siento esa sed amarga, evoco su recuerdo cerrando los ojos. Como cerrados los tenía en el momento en que por primera y única vez nuestros labios se tocaron. ¿Cómo pude ver entonces el chocolate en sus ojos? ¿Escuché de verdad las palabras que aún hoy siguen resonando en mi memoria?

No importa, sin duda fue más real que nada de lo que haya podido sentir nunca con los ojos abiertos.
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