25 mar 2015

MENÚ DISNEY IV: Miel de milflores

¿Qué hay más seguro que un bosque donde todos los animales son de peluche? Eso pensaba el ingenuo Christopher Robin cuando osaba adentrarse en el Bosque de los Cien Acres, dispuesto a compartir felices aventuras con uno de los personajes más tiernos de la historia de Disney. Winnie the Pooh es sin duda también el osezno más endiabladamente obsesionado con el azúcar, en concreto con el producido por las abejas. Pero, ¿serán las abejas capaces de continuar con su ritmo de fabricación para satisfacer las necesidades de este oso glotón hambriento?

Cuando el bueno de Winnie acabe con todas y cada una de las colmenas del bosque y las abejas terminen optando con resignación por el exilio, se agotará una de las más importantes fuentes de felicidad del osito, así como también una de las principales razones de su afabilidad…
Sin nada que llevarse a la boca, Winnie se verá probablemente destinado a dejarse llevar por sus impulsos más instintivos, recurriendo a sus queridos amigos en busca de nuevos métodos para saciar su apetito. Personalmente, no creo que una criatura de hambre tan voraz como ésta se permita tener consideración hacia manjares aparentemente tan deliciosos, por muy amigos que éstos sean.
Tal vez empezaría por el más pe-pe-pequeño e indefenso, que pueda ser tragado sin apenas masticar y sin pensar demasiado en el remordimiento. Sí, Piglet sería su primera víctima, y la primera de una larga cadena de infortunios en el hasta entonces apacible bosque. Ni tan siquiera el salvaje tigre puede resistirse a la incluso más salvaje glotonería de Pooh, que descubrirá en sus compañeros un menú interesante que degustar con detenimiento. Y es que, si los dos o tres primeros crímenes fueron consecuencia inmediata de una necesidad primordial, los restantes asesinatos serán premeditados, con plena conciencia de ser utilizados como ingredientes para alguna sofisticada receta: conejo al pil pil, canguro a la plancha, confit de búho a la naranja…
Así es como nuestro querido Winnie acabará por convertirse en un desalmado asesino y chef de alta cocina. Pero también en una criatura solitaria en un bosque desprovisto de toda vida.
No me extrañaría que fuera quizás el propio Christopher Robin el que, ajeno a todo y desconocedor de la masacre, se compadeciera y acogiera finalmente al osito solitario, inconsciente del monstruo en que su otrora amigo se ha transformado.
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