8 feb 2015

MIEL PARA BOCA DEL ASNO

          Veinticinco años hacía que había contraído matrimonio, y aún entonces seguía queriendo a su marido tanto como el primer día. Tenía planeado desde hacía semanas la manera en que podrían celebrar tan importante acontecimiento. Cada mañana, en el recorrido desde su casa al mercado, se cruzaba con el majestuoso escaparate de una de las mejores confiterías de la ciudad, abarrotado de las más suculentas tartas. De frutas, chocolate o almendras, todas le parecían igualmente exquisitas e igualmente adecuadas para una ocasión especial. Ocasión que jamás se había presentado hasta aquel día. ¡Cuánto tiempo hacía ya que no probaba dulces como aquellos! Por fin había encontrado la excusa perfecta.
          Sin embargo, llegado el momento, no tuvo más remedio que dar un repentino cambio de última hora a sus planes. Aunque había conseguido ahorrar unas cuantas monedas recortando en su cesta de la compra, ni mucho menos había conseguido reunir tanto como marcaban las tarjetas al pie de los expositores. Vivían de forma desahogada, y nunca habían tenido problemas de dinero. Pero era el hombre de la casa quien lo ingresaba y administraba, y ella nunca habría osado molestarle con sus pequeñeces. Además, quería que fuera una sorpresa.
          Decidió pues hacerse con los ingredientes justos para preparar ella misma la tarta. Aprovecharía así para añadir como ingrediente estrella uno de los caprichos culinarios  predilectos de su esposo: la miel. A pesar de la escasa habilidad en la cocina de que hacía gala, decidió al fin hacer el esfuerzo que merecían tantos años de convivencia. Hizo una visita en primer lugar a la sección de gastronomía de la biblioteca: no quería aventurarse sin consultar previamente alguna sencilla receta. Escogió aquella que necesitara menos ingredientes y se dirigió seguidamente al mercado. Afortunadamente, azúcar, huevos, harina y por supuesto la miel cupieron en una sola bolsa; lo cual facilitaba el viaje de vuelta, habida cuenta de su lesión en el brazo derecho. Había transcurrido casi un mes desde la fractura y aún no había conseguido acostumbrarse al cabestrillo. En cualquier caso, apenas ya le dolía, y no conseguía imaginar un solo obstáculo que pudiese nublar su por entonces optimismo.
          Ya de vuelta en casa, dispuso todos los ingredientes sobre la cocina y se decidió a empezar. Le llevó más tiempo del que había imaginado. Tras varios intentos se las había ingeniado para fijar el bol a la mesa mientras ella batía con la zurda. Más complicado fue separar la clara de la yema con una sola mano útil, y no había podido evitar despachurrar algún huevo entero contra el suelo. Debía ser cuidadosa si quería cumplir fielmente con la receta. Tampoco le resultó fácil desmoldar la tarta una vez horneada; una peligrosa grieta en el bizcocho amenazaba con partirlo en dos, pero por suerte una base quizás demasiado tostada terminó por frenar la catástrofe. El resultado no era exactamente el que ella había esperado, pero ni siquiera la poco apetecible apariencia de su pastel consiguió frustrar sus expectativas de una celebración en pareja.

          Terminaba de limpiar la cocina y recoger los restos de su aventura, cuando escuchó los pasos de su marido atravesar la puerta. Se apresuró a recibirle entre los jadeos de una respiración sofocante, fruto del cansancio y los nervios cohibidos. Él le regaló un beso. Sorprendida por tan evidente muestra de afecto, dedujo que habría tenido un buen día y que debía estar de tan buen humor como para poder disfrutar de una velada agradable. Y con éstas, condujo a su amante hasta la cocina, donde aguardaba paciente su regalo.
    
          - Feliz aniversario. 

          Sonrió al contemplar el pastel, y la asió por la cintura para atraerla hacia sí y de esta forma poder impresionarla con el segundo beso de la tarde, esta vez incluso más apasionado. De esta forma, sin más saludo que este par de besos, se encaminó al dormitorio, probablemente para vestirse algo más confortable con que acompañar a su mujer en la merienda. Ella aguardó pacientemente sentada frente a la tarta.

          Volvió antes de lo esperado, con su mismo traje pero con algo entre las manos. Por un momento le inundó la ilusoria felicidad de un posible regalo. Pero parecía más bien un sobre. Y de pronto lo entendió: la carta que su marido había querido que ella enviara por correo por la mañana había permanecido todo el día en su mesita de noche, y era la misma que traía ahora casi arrugada en un puño. Su expresión había cambiado. La de ambos. Él intentaba reprimir el impulso de reprocharle su olvido. Ella empalideció sin encontrar la forma ni el momento para pedir perdón. Desconocía el destinatario de aquella carta y tampoco sabía de su urgencia. Esperaba, por su velada, que no lo fuera.

          Recordó en ese momento lo adecuado de un té para acompañar el dulce. Se levantó, se dio la vuelta y estiró su único brazo sano para alcanzar un par de tazas en uno de los armarios más altos de la cocina. Cuando se volvió, la atmósfera parecía haberse densificado y un aroma dulzón se había apoderado del aire de la estancia. Lo despedían probablemente la miel y pedazos de bizcocho que se escurrían pared abajo: deconstrucción furibunda de una tarta de aniversario.
          Tembló. Y se le escapó una lágrima que cayó hasta chocar contra el suelo. No por su poco apreciado esfuerzo. Tampoco por el dinero. Sino porque sabía lo que se avecinaba a continuación.
http://recetas.doctissimo.es/postres/tartas-pasteles-y-bizcochos/tarta-de-miel.html